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Al menos, en mi vida, siempre han ido de la mano. Los ataques de mala leche siempre han sido algo que he tenido que controlar y que ya desde muy pequeñito he padecido. Mi madre, desesperada, no sabía que hacer con su violento hijo, alzaba los brazos al cielo rogando por una solución, entonces, como si de una señal divina se tratase, la televisión comenzó a sonar y allí apareció un erizo azul que corría a la velocidad de la luz, y los mares se abrieron y la tierra tembló y el vecino de abajo empezó a  golpear el techo con la escoba y gritar: LAAA VOOOOZZ!! Yo, criatura ingenua y colérica, apartando a un lado mi colección de dinosaurios y tomando una decisión salomónica  dije: Lo quiero. Mi familia desesperada aceptó y mi padre, ojeroso por las noches sin dormir provocadas por su violento hijo, salió por la puerta para buscar la reliquia enviada por los dioses para aplacar a la bestia. Y volvió. Volvió de una odisea homérica y por qué no, económica.
Master System II se llamaba el instrumento. Y tras horas tratando de conectar aquel artefacto del demonio a la TV por fin se encendió y con extrañeza vimos una imagen que decía:Alex Kidd in the Miracle World.

La música era endiablada y los colores producían una epilepsia grotesca, y desde el momento en que el pequeño diablo alias: yo, cogió el mando con sus pequeñas manos, los progenitores descansaron. Su hijo ya tenía contra qué descargar sus iras y frustraciones y en ese momento comenzó el historial de ataques de rabia contra la máquina y otras posteriores que llegó a tener en sus manos porque ¿acaso hay algo mejor para descargar la rabia de uno que un pad o una televisión? Todavía recuerdo el estado de violencia en el que me sumergía cuando, en la Misión 11 : el castillo de Radaxian, había que cruzar la primera pantalla, a toda pastilla, para que los pinchos, que descendían a una velocidad vertiginosa hacia tu pequeña cabecita con patillas sesenteras, no te triturasen contra el suelo de baldosas azules… y sin saber nadie por qué, jamás lo conseguía. Tras pasarme un buen rato tratando de llegar a la mencionada fase con el mayor número de vidas posible, simplemente en la primera pantalla, moría sin remisión. En ese momento notaba como todos los vellos de mi cuerpo se erizaban, mis pupilas se inyectaban en sangre y estrellaba el pad contra la pared gritando: Noooooooo!!

Finalmente la pantalla fue superada, y cuando me creía el verdadero héroe salvador de Radaxian, apareció un nuevo blanco de mis iras: Sonic the Hedgehog . Cuando en la misión 2 había que coger un ala delta, que aún hoy en día me pregunto cómo debe funcionar,  caía, caía y caía hacia el vacío sin saber qué hacer. Esa fue la primera vez que mordí un mando y ya nunca lo dejé. Como si de un derivado del opio se tratase cada vez que una desgracia ocurría dentro de mi TV, tenía, NECESITABA morder el pad.

Mis explosiones aumentaron cada vez que fracasaba en un videojuego. Comencé a morder mi Game Boy cada vez que no lograba ese salto en el Earthworm Jim o no conseguía el Pokemon deseado. Cada vez que se acababa la pila sin haber guardado, mordía la portátil.

Y finalmente con la llegada de Final Fantasy VII a mi vida, y en mayor medida el VIII, conocí un nivel hasta ese momento desconocido de cólera, violencia y rabia. Lugar: Castillo de Artemisa. Enemigo: Arma Artema. ¿Sabéis lo que es sudar durante horas sometidos ante la presión de que la muerte caiga sobre los pobres Squall, Zell Y Rinoa, jugando en la cuerda floja, resistiendo ataque tras ataque, sufriendo para arañar unos pocos puntos de VIT y que en un mero descuido te borren del combate de un plumazo? Seguramente conocéis esa sensación. Lo que no podéis llegar a imaginaros es la explosión que hubo en mi interior. Las entrañas se me removieron y en un estado de locura transitoria mordí el mando de tal forma que aún hoy día tiene sus marcas. No contento con ello, mientras espumarajos salían de mi boca, saqué de mi interior toda la rabia concentrada durante años de saltos fallidos y enemigos no derrotados y escupí. Si señores, escupí a la TV. Y allí me quedé mirando como el fruto de mi cólera resbalaba por la pequeña pantalla de 15 pulgadas, cambiando de color con las imágenes del fondo y simplemente me levanté…y fui a por un trapo.

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