Estamos frente a un minijuego cuyo mecanismo de microjuegos internos nos recuerda a WarioWare. Tom Sennet nos presenta este pequeño snack con el que entretenernos brevemente y robarnos alguna sonrisa. Incluso cuando el mundo se esté cayendo a trozos, tendremos tiempo de jugar un poco más.
Hay minijuegos que no pretenden revelarnos nada excepcional. Minijuegos absolutamente ridículos que, sin embargo, absorben nuestra atención. Haced memoria, seguro que habéis jugado a más de uno. Si son especialmente largos nos dejan ese amargo regustillo cuya traducción verbal sería algo así como ¿por qué coño acabo de desperdiciar tantas horas en esto? En el momento no podemos zafarnos de la adicción que su simplicidad genera en nuestro organismo, pero luego nos arrepentimos. Afortunadamente también existen juegos como éste, de duración jodidamente limitada y que no hay que jugar muchas veces para dominar al cien por cien. Pequeños chutes de ocio que puede combatir contra el tedio sin destrozar la funcionalidad de nuestro tiempo libre.
Y eso es lo que encontramos aquí en When the bomb goes off. Sin explicarse casi nada y mediante una estructura altamente minimalista, comprendemos rápidamente qué está ocurriendo: el mundo va a acabarse en cinco segundos e iremos entrando en el cuerpo de distintos individuos a punto de ser totalmente destruidos por la explosión. Durante esos cinco segundos deberemos, mediante la mecánica del microjuego, conseguir que lleven a cabo su última voluntad, aunque éstos no sepan que es la última.
De por sí el juego es sencillo a más no poder. Su mayor dificultad es comprender en tiempo relámpago qué se supone que tenemos que hacer, qué dificultades impiden a la persona para cumplir aquello que desea hacer o directamente qué es lo que quiere. Es algo que acaba irremediablemente por resolverse tras algunas partidas, cosa que no nos molestará dado lo breve del asunto. Todo esto acompañado de una constante tonadilla que, aunque muchos hablan bien de ella, a mí me conduce peligrosamente cerca de la locura.
El juego está repleto de humor. Algunas de las situaciones son simplemente desternillantes o totalmente cotidianas, consiguiendo la sonrisa del jugador que sabe que esa última acción totalmente carente de relevancia es lo último que el personaje hará. Algunas son enternecedoras y otras totalmente ridículas. Todo vale. Tenemos a un padre que ha de ir a buscar la pelota de béisbol de su hijo o a un hombre que ha de llevarle un ramo de rosas a su amada. También tenemos a un borrachuzo que ha de evitar montárselo con una fea y a un jovenzuelo sobre un monopatín que ha de realizar una alocada proeza. Pero mi favorito es el más absurdamente sencillo de todos: un tipo que ha de alcanzarle un bote de ketchup a un amigo suyo. Sencillo y nuestra recompensa es un simple gracias. El hecho de que ésta sea la última gran aventura de este tipejo tiene algo entre patético, sublime y poético. De esta manera When the Bomb Goes Off se transforma en un interesante y divertido cuento bajo la forma de un conjunto de microjuegos que rezuma referencias directas al Wario Ware y a Dr. Strangelove y que nos invita finalmente a reflexionar: ¿qué estaremos haciendo nosotros el día que la bomba explote? Y también nos hace darnos cuenta que la muerte puede llegarnos en cualquier instante, ya sea un momento dramático de nuestra vida o algo totalmente habitual, como salir de la ducha. Aunque no quiero ponerme reflexivo con algo como esto, a riesgo de hacer el ridículo.
Como ya dijimos al principio, un buen snack con el que pasar el rato de buena manera.
Divertiros, divertiros jugando como si fuese lo último que fueseis a hacer.
Aquí tenéis el acceso a este tentempié.
Valoración: 67/100
Clean Asia
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Comentarios
Es lo más original que he visto en años. Un juego en el que ya estás muerto de antemano.
Sí que da para reflexionar, sí.
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