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Fantasia fue uno de los títulos que me tocó jugar en mi niñez que más tocado me dejó. Mickey vestido de mago, rodeado de música de cámara con enemigos extraños y oscuros en mundos raros, donde una macabra aleatoriedad hacia de todo una experiencia difícil y frustrante.

Estamos ante un plataformas, de concepto a priori sencillo, donde se te permite saltar y lanzar, ocasionalmente, un hechizo para darte algo de apoyo contra enemigos a los que tus saltos no les da alcance. Tu misión es obtener una serie de puntos, a base de aplastar criaturas y recolectar objetos, que se transformarán en unas notas musicales que han de completar una partitura. Cuando la partitura esté terminada el juego se acaba ¿fácil? No, totalmente desesperante, Fantasia odia al jugador y decide torturarlo desde todos los flancos.

Mickey es un personaje dulce y amable, un ratón que siempre lleva puesta una sonrisa como prenda favorita, un gesto que algo que todo parezca tan elemental como ir a comprar el pan. Se le viste de mago con una túnica a juego con sus habituales calzones encarnados y uno piensa que está a punto de embarcarse en una aventura divertida.

Todo comienza y… ¿dónde están los árboles y las piruletas? De eso no hay. Arrancamos nuestra epopeya en un desván oscuro y sombrío. La música reproducida por la Megadrive suena pesada y se indigesta en el jugador, como si te obligara a tragar barro; no digo que tenga poca calidad, sino que parece haber sido pensada, expresamente, para frustrar. Iniciamos nuestro movimiento y Mickey no corre, salta tras pensárselo durante un par de instantes tras pulsar el controlador y hasta parece que le cueste caminar. Somos un ratón, un bicho veloz y hasta hemos adoptado las virtudes de un mago... pero es una estúpida escoba la que puede bailar y un cubo el que corre con tanta emoción que parece que se ha tomado una viagra en mal estado. Al caminar todo nos hace daño y la manera de acabar con nuestros rivales, que se menean nerviosos hacia los lados, no es sólo saltar, sino saltar y pulsar la cruceta hacia abajo. Si algo nos roza, perdemos un corazón y estos bajan a toda velocidad con cada leve caricia de lo que sea. El mismo enemigo que antes nos ha rebajado uno al tocarnos, ahora otro con la misma skin nos quita tres ¿por qué? Porque Fantasia es maldad.

Fantasia te pone caramelitos, cebos para que piques como un idiota. Un libro aparece volando desde la nada, con prisa desde la izquierda de la pantalla, te arrojas a por él ¡Son doce mil puntos! y, del vacío, surgen cuatro criaturas que te dejan casi sin corazones. Al rato, saltas sobre una plataforma y, al caer, nos rodean cuatro brujas que giran sin sentido, te dan y te matan. No es que te asalten o que te hayan tendido una emboscada, sino que las criaturas con el fin de acabar contigo vienen y van sin que nadie pueda explicárselo y sin que el jugador pueda hacer nada para evitarlo, sólo aprenderse el juego al dedillo, memorizar cada aparición súbita. Lo peor es que no podemos rechazar ese libro que flota o esa nota musical que nos da cuatromil puntos ya que, si no obtenemos los suficientes, alcanzamos el final del nivel y Fantasia te obliga a pasártelo de nuevo. Sin concesiones ¿por qué? Porque, de nuevo, Fantasia es maldad. ¿Querías evitar ese soplo de brisa que rebota por la pantalla como una pelota en un partido de tenís? Pues no, como no le saltes encima para conseguir la bonificación que te dará su muerte, tendrás que volver a repetir el mundo una y mil veces.

Las plataformas revoletean histéricas, Mickey tiene que llegar a esas piedras flotantes con sus desafortunados y lentos saltos para obtener objetos que le den puntos y, evidentemente, realizarlos no resulta sencillo. Las trayectorias que trazan en su movimiento son desquiciantes, no son circulares ni elípticas, no, se agitan como ese chavalito idiota de pelo pincho que lleva tres cubatas de más y que se cree que la pista es suya. Calculas el impulso, lo logras y de la nada aparece una rana que te quita un corazón y lo que es peor, la estrella que perseguías se está moviendo, burlona, hasta alejarse de ti ¿¡Por qué, demonios, por qué!? ¡¡Me cago en la p**a estrella de los c*****s!!

Todo en Fantasía parece un canto a las drogas, en serio, pero no una que las apoye, no una en la que te dicen “meterse una rallita mola, tío”, sino una en la que te dan a probar y tú ves hipopótamos en tutú, avestruces que hacen ballet, cocodrilos cantarines, butacones que corretean como idiotas, ojos que flotan en la oscuridad y tú eres un ratón con un pijama rojo horrible con estrellitas blancas. Todo te parece genial, escuchas música clásica un poco horrible y sonríes como un idiota pero, cuando menos te lo esperas ¡Golpe en los ojos! “¡Las drogas son malas, chico! ¿quieres esa estrella de colores o esa perla azulada? ¿la quieres? ¡Pues toma! ¡Golpe en los ojos!” Absolutamente frustrante.

Los momentos finales del juego son la culminación del absurdo y donde se ve que los programadores tenían muy mala idea al crear este título. Un hada flota en el aire, durante toda la aventura al final de cada nivel y también para acceder a subfases intermedias, tocarlas significa ser transportado a ellos; pero la última campanilla que nos encontramos no nos va a conceder esa suerte. La tocas y no sucede nada, en lugar de eso, aparecen ante tus ojos tres caras ardientes, las liquidas y aparece un fantasma, acabas con él y aparece una bruja, la rematas y aparece un murciélago; y así un buen rato hasta que por fin te dejan abandonar esta pesadilla que es Fantasia ¿por qué? ¿qué sentido tiene que aparezcan monstruos de manera aleatoria, así sin más, en el último suspiro?

Chocante y terrible, pero lo recuerdo con mucho cariño precisamente por ello, por tener que aprender cada compás de cada enemigo, cada esquina oculta que al tocarla me daba puntos, cada piso que no rozar o cómo ahorrar magia y vidas y, sobretodo, porque de aquellas no acababa de entender qué hacía Mickey disfrazando de mago rodeado de seres tan extraños y con unos movimientos tan nefastos. En su día, lo compré encantado por la experiencia que había sido Castle of Illusion, pero ahora que lo he recuperado, uno se da cuenta de que uno, en su día, ha disfrutado de uno de los juegos más raros del catálogo de la extinta Genesis. Dificultad porque sí y nula accesibilidad ¡Locura retro!